Despierta
- Miriam Robles Medellín
- 30 jun 2016
- 2 Min. de lectura
Ella se encuentra sola. Frente a su escritorio, está sentada escribiendo una nota antes de salir a dar un paseo. Han sido noches de insomnio y debe curarse de las pesadillas que la frecuentan. Algo en su habitación se ha tornado extraño, no sabe qué es y teme averiguarlo allá afuera. Cuando sale, encuentra la casa vacía. “¿Hay alguien ahí?”, su voz produce un eco estremecedor pero la respuesta es nula; nerviosa, se toma de un brazo, aprieta los labios y mirando de un lado a otro, decide avanzar hacia la puerta; es una figura sigilosa entre la penumbra, movediza y casi espectral. Atraviesa la sala y el comedor, tira el florero favorito de mamá y reprime un grito. Contempla el desastre pero el daño está hecho y debe continuar su camino. Al llegar al recibidor, la mesita de las llaves tiene un portarretrato boca abajo. Siente curiosidad, lo acaricia débilmente y de un solo movimiento logra voltearlo: es ella, sonríe abrazada por sus orgullosos padres. Llevando una mano al pecho, deja escapar un sollozo y con las últimas fuerzas que le quedan hace girar la perilla y abre la puerta. Allá afuera todo es tempestad: la lluvia azota sobre el asfalto y el viento revuelve las hojas sueltas. Mira a su alrededor y descubre que la reja está abierta; se echa a correr sintiendo cómo el dolor se diluye con ella bajo el agua, cómo su única oportunidad de huir se desvanece… Cae un relámpago a lo lejos y, en medio de la oscuridad de la calle, por un instante el cielo se ilumina mientras ella cierra los ojos.
El resplandor de aquella furia de la naturaleza la despierta. Está sola en su habitación, sentada frente a su escritorio salpicado de tinta. La nota que escribió en una noche de eléctrica tormenta, ha sido arrugada y yace ahora en el suelo, cerca de aquella enorme mancha de sangre imborrable. Una sensación escalofriante recorre sus pensamientos y de súbito lo recuerda: ha sido condenada a despertar eternamente en soledad.
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