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Oda a la besucona

  • Ana Rosshandler
  • 30 jun 2016
  • 1 Min. de lectura

Sucedes desde arriba como las estrellas. Abrazas impronta al silencio quieta ternura daga. Muelle aleve tasas güija las soledades. Anhelo voz porosa cándida talas complaciente ronroneos, flotantes roces con tu imprevista labia derramándote frote, compañía insólita. En principio fría, ancestral lustre, habitas golondrina los rincones como si fueran selvas, como si su cal fuera hierba. Desde ahí voz primordial abordas el tremor de alas y patas. Pero además normas resonante el corazón aminorado con transparencia imberbe. Elipse tu beso cerca la madrugada y se reclina luz sobre el desaliento recordándole su caudal: su piel abierta a la caricia por encima del abandono, del arcano que menor insiste impío en orlar insomnios a las telarañas. Deambulo tras tu huella fortuita, tu tesitura curtida en la oscuridad, tu inocua presencia brisa fresca, jolgorio en medio de la ausencia; tonada que bálsamo me calma.

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